El discurso no debe ser un arte de convencer, sino un arte de servir al oyente a pensar y sentir libremente.

3 cualidades que el conferenciante debe cultivar:
-Hablar solo de lo que uno ha experimentado o comprendido realmente. La palabra no debe ser más grande que la experiencia que la sostiene.
-No hablar para demostrar o lucirse, sino porque uno ama el contenido y siente su valor para los demás.
-Reconocer la libertad interior de cada persona; no intentar convencer, sino encender un pensar libre.
Estas tres fuerzas corresponden a la trimembración interior del ser humano:
* Pensar veraz,
* Sentir compasivo,
* Voluntad desinteresada.
* El pensamiento del hablante despierta el sentimiento del oyente.
* El sentimiento del hablante moviliza la voluntad del oyente.
Así, el discurso se convierte en un proceso moral y espiritual compartido, no en un acto unilateral de enseñanza.
El oyente no debe salir “convencido”, sino fortalecido en su pensar libre.
Antes de hablar, pregúntate:
* ¿Hablo desde una necesidad interior real o desde la vanidad?
* ¿Mis palabras quieren servir o dominar?
Recita en voz baja:
“Que mi palabra sea espejo de mi pensar,
Que mi pensar sea siervo de la verdad,
Que mi verdad despierte amor en el alma del otro.”
En el ensayo, imagina la respiración del oyente:
* Habla frases más cortas para invitar a respirar contigo.
* Usa pausas vivas, no de silencio vacío, sino de escucha activa del alma del otro.
Después de un discurso, haz un momento de introspección:
* ¿Dónde hablé desde el yo que quiere brillar?
* ¿Dónde hablé desde el yo que quiere servir?
Con el tiempo, esto genera pureza interior y confianza.
El discurso ético tiene un efecto terapéutico.

“Cuando el hablante se une en amor al contenido y al oyente, la palabra se convierte en vehículo del espíritu.”

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