Todo lo que la granja necesita —desde el abono hasta la energía— se genera dentro del mismo espacio o la comunidad local. Los residuos se transforman en insumos: compost, energía, agua reutilizada, madera local, etc. Esto disminuye costos y emisiones, y fortalece la autonomía local.

 

“El compost se elabora con paja, estiércol y restos de la granja. Así, los residuos dejan de ser problema y se convierten en fuente de vida.”

 

No vende simplemente productos: forma parte de una red de intercambio solidario, talleres educativos y un programa de CSA (Agricultura Sostenida por la Comunidad). Los vecinos financian parte de la producción agrícola y reciben cestas semanales de alimentos frescos. Los talleres fortalecen el vínculo educativo con el público. Parte del beneficio se reinvierte en formación de aprendices y mejoras.

 

Una granja localmente integrada es más que un negocio: es una célula viva dentro del cuerpo de la comunidad.

 

Así, el balance contable se complementa con un balance de bienestar: la suma de beneficios ecológicos, culturales y espirituales que sostienen la vida rural.

 

Finalmente, Sehmsdorf propone una economía moral de la tierra: una práctica en la que el dinero es herramienta, no fin.

 

Inspirado en la filosofía de Steiner y en la idea aristotélica de teología (todo ser tiene un propósito interno), el agricultor es guardián del equilibrio, no propietario absoluto.

 

“El agricultor biodinámico no produce para el mercado, sino para la continuidad de la vida.”